
Cada uno tiene sus manías, manías que a ratos se convierten en pasiones. Manías que cuando te dedicas a ellas parece que el tiempo se te pasa volando y disfrutas… Recuerdo unas palabras que me dijo mi amiga Irene hace ya un tiempo. Yo la llamaba, no me encontraba muy bien de ánimo, estaba flojita… Después de una gran charla me dijo: ‘Ahora apaga el móvil y dedícate a ti. Haz algo que te haga feliz, aunque sea pequeño. Cuídate. Que sea una hora o el tiempo que necesites, pero mímate, mímate solo a ti. Dedícate ese tiempo’. Y es así… A veces solo una hora de tiempo de calidad exclusivamente para ti te salva el día o, incluso, la semana. Te hace reencontrarte contigo misma, estar en calma, recordar lo que te gusta, serenarte. Cada uno con lo suyo: a algunos les relajará hacer calceta, cocinar, leer, boxear, salir a correr, poner música en el baño y cantar a gritos… A mí todo eso me gusta, pero desde hace muchos años las uñas me obsesionan. ¡No sé por qué! Pero me relaja, me concentro tanto que me evado de otras cosas.
Me las empecé a pintar desde muy pequeña, y siempre yo en casa. Me sentaba en la alfombra, en el salón, con la televisión de fondo, pensaba en qué color me gustaría ponerme y cogía todo lo necesario. No me preocupaba cuánto tardaría, era mi momento. Lo que me daba rabia es que en las épocas de trabajo siempre las tenía que llevar limpias; no podía aparecer en medio de una serie o una película con ellas pintadas de colorines, claro. Pero en cuanto tenía una semana libre, me faltaba un minuto para ponerme a ello. Y con los pies igual… Lo que pasa es que a ellos les das un poco de tregua en invierno (mejor, así descansa y respira la uña una temporada). La verdad es que no se me daba nada mal, ¡y entonces se pusieron de moda la pegatinas! El paraíso para alguien a quien le gusta llevar la manicura llena de dibujos y texturas siempre diferente. Me hacían los ojos chiribitas… Qué de purpurina, rayas, dibujos, colores, ¡Dios mío! Aprendí a manejarme con ellas y fueron mis mejores amigas durante una buena época, hasta que avancé un poco más y descubrí la manicura permanente. Y eso, sí que sí, me cambió la vida. Eso y conocer a Lucero, la genial Lucero que me arregla manos y pies desde hace ya mucho tiempo y a la que intento ser fiel. Aunque por trabajo muchas veces pasa bastante tiempo sin que nos veamos. Ella es maravillosa, hace un trabajo tan minucioso que te acostumbras muy rápido a lo bueno, ¡y tanto!
En cuestión de uñas, he tocado todos los palos aunque sólo una vez en mi vida las he llevado de gel y fue por un trabajo en el que tenían que ser largas, largas. Las he llevado brillantes, con flores pintadas, con pegatinas, con purpurina, con animalitos, a la francesa, con medias lunas, con esmalte mate, de todo tipo de colores… Hasta unas que brillaban en la oscuridad. Bueno, cada uno tiene sus cosas… y a mí me gusta llevar el punto de color en las manos, las uñas arregladas. Así que os imaginaréis que cuando salió la moda del nail art me puse a dar palmas. Y que cuando caminaba por la las calles de Nueva York era feliz parándome en todos los escaparates –prácticamente separados por 20 metros– dedicados única y exclusivamente a la manicura y pedicura (Bueno, y a los masajes chinos).
Recuerdo un día rodando allí que tuve la suerte de acabar pronto la jornada. Serían las 11 de la mañana y decidí irme directa desde Brooklyn (donde estaba el set de trabajo) a recorrerme Manhattan andando. Hacía un sol radiante, hacía casi calor. La gente caminaba por las calles con su clásico café para llevar del Starbucks y con los cascos puestos (y yo igual: donde fueres haz lo que vieres. Me compre un chai tea latte con leche de soja y muy poca agua, me puse los cascos con una música que me pusiera las pilas y me eché a andar). El caso es que pasé por delante de un sitio de manicura súper apetecible y me dije: ‘Uf… Planazo. Manos, pies y de camino a casa paro en algún sitio de sushi y como’. Y así fue. Después de unas 80 reverencias, unas asiáticas encantadoras me hicieron la manicura y la pedicura en un sofá (parecido a los de masaje de los de la teletienda) comodísimo con todo tipo de cachivaches y palancas. Y al terminar, la chica dijo las apalabras mágicas: ‘¿quiere un masaje?’. Y en ese momento sonó una música celestial y dije: ‘¿¡Por qué no!? Así que me senté en una de esas sillas chinas de masajes en las que apoyas la cabeza y estas medio de rodillas y recibí un masaje de media hora que lo recuerdo como gloria bendita (y, además, me sirvió para que, mientras, se me secaran las uñas). Qué maravilla. Así que salí de allí medio flotando con mi chai en la mano y dispuesta a patearme la Gran Manzana entera. He de decir que una de las cosas que más me gustó fue ver la cultura del cuidado de las uñas que hay en ese país, tanto en hombres como en mujeres. Todo tipo de personas, de todas las clases sociales acuden a esos locales para cuidarse; desde ejecutivos a la hora del descanso para la comida vestidos de traje, hasta turistas como yo que encuentran ese lugar de chiripa.

Camiseta oversize de Adidas Originals



Esmaltes de uñas Rouge Louboutin (noblesse oblige!) de Christian Louboutin y Colorstay gel envy de Revlon. Anillos finos dorados de Small Branch y anillos midi de plata de Aina Joies.

Juego de cama de corderitos de David Delfín


Brindo por esos pequeños placeres de apenas una hora que nos hacen reencontrarnos con nosotros, sentirnos bien; sea lo que sea que te guste hacer. ¡Chin chin!
No hay comentarios:
Publicar un comentario